Pongamos por caso que alguien trabaja en una empresa en la que, en principio, todo va bien, todo funciona correctamente, con los problemas lógicos de una pequeña compañía y donde los empleados y el jefe llevan trabajando varios años juntos, lo que hace que se conozcan casi como si se tratase de una pequeña familia. El problema surge cuando al jefe ya no se le reconoce, parece que anda algo despistado. Su familia, por recomendación y comentarios de algunos compañeros y trabajadores, incluso solicita una cita con un especialista, en la clínica de Psiquíatra del doctor Hernández, con consulta en Alicante, para realizar una evaluación diagnóstica psicológica y psiquiátrica. Acudiendo a este especialista que les habían recomendado por ser el mejor de la zona del Levante, esperan un diagnóstico individualizado para poder realizar el tratamiento más indicado, mediante la aplicación simultánea o no de intervenciones psicoterapeutas y farmacológicas. La sorpresa es máxima cuando les dice que la enfermedad que sufre el jefe va por otros derroteros: el alzhéimer.
Este empresario, que comenzó muy joven en el mundo de los negocios, por su constancia y tesón fue creciendo, siempre fue un claro ejemplo de dedicación plena a la empresa, ejerciendo además de propietario y gerente, de comercial de la misma, ya que contaba con muy buenas habilidades sociales y en el sector en el que se desarrollaba la empresa era sobradamente conocido y respetado, tenía dotes además de organización, de buen gestor y era un excelente relaciones públicas. En resumen, el negocio funcionaba.
Algo pasó, al principio eran detalles sueltos, sin importancia, pequeños olvidos causados y justificados primero como un despiste, luego porque estaba muy ocupado (aunque no más que antes), y al final su justificación era porque nadie le había dicho nada, porque no sabía nada, aunque sí se le hubiese dicho varias veces. Todo eran disculpas. Ante esta situación, ¿qué podían hacer los empleados? ¿Qué postura debían tomar?
En la oficina de la empresa comenzaron a recibir las primeras llamadas de atención de algunos clientes que habían hecho un pedido de mercancía a través de él y que todavía no lo habían recibido. Avisos que se repetían y que cada vez fueron más frecuentes. En el departamento de contabilidad se produjeron reclamaciones a varios clientes por facturas pendientes de pago, que una vez puestos en contacto resultó que el empresario las había cobrado en efectivo y no había entregado su importe en contabilidad ni había informado de ello a sus empleados. La contabilidad no cuadraba, el dinero desaparecía y nadie sabía qué había pasado. Nadie entendía nada, se producían discusiones y el jefe no quería saber nada, como si fuese ajeno a toda la problemática que existía. Impagos, deudas con la hacienda pública, con la seguridad social…, en fin, todo un cúmulo de despropósitos.
Algunos de los trabajadores con más años en la empresa decidieron que debían hablar de ello con sus hijos o con su mujer. Y así descubrieron que en el entorno familiar algo ocurría también, y tras varios intentos fallidos, y después de la visita que os comentamos al psiquiatra pensando que se le debía tratar de estrés, consiguieron que esta persona accediese a ir al médico, pues al principio era reacio y se negaba. Tras una consulta y varias pruebas llegó un resultado demoledor para todos y que el psiquiatra ya había intentado deslizar, el diagnóstico fue que padecía alzhéimer, una terrible enfermedad. A la familia se le vino el mundo encima y a los empleados el futuro de repente se les quedó muy negro. Tenía cincuenta y seis años, era muy joven, y todo se precipitó. La empresa cerró sus puertas. Y los empleados se organizaron y se asociaron para intentar iniciar y continuar ellos con una nueva empresa dentro del mismo sector, ya que los estudios de los hijos, quienes podrían hacer una sucesión dentro de la compañía, habían discurrido por otros caminos y no casaba mucho su formación con la requerida.
El alzhéimer, una enfermedad cruel
El término demencia deriva del latín demens, dementatus, que significa sin mente. La demencia es definida por la Organización Mundial de la Salud, en la Clasificación Internacional de las enfermedades, “como un síndrome debido a una enfermedad del cerebro, generalmente de naturaleza crónica o progresiva, en la que hay déficits de múltiples funciones corticales superiores…. que repercuten en la actividad cotidiana del enfermo”. Entre las funciones corticales superiores que el enfermo va perdiendo figuran la memoria, el entendimiento, el juicio, el habla, el cálculo, el pensamiento, la orientación, etc. No todas se deterioran simultáneamente, sino que es un proceso continuo en el que cada vez se percibe mayor número de funciones afectadas y con progresivo mayor deterioro, siendo generalmente la memoria la primera observación de alteración que percibe el enfermo o sus parientes más próximos. La pérdida única de la memoria sería una amnesia, y el deterioro único de la misma, una dismnesia. En ningún caso, si no existe otra alteración cognoscitiva se puede hablar de demencia.
El diagnóstico de demencia, hoy en día y en la mayoría de los países, se hace siguiendo las recomendaciones propuestas por OMS. El término demencia debe entenderse como una palabra médica que responde a un trastorno de la memoria asociado al déficit de otra función intelectual, de carácter permanente (al menos de 6 meses) y que tiene repercusiones sobre las actividades de la vida diaria. Mientras, en la enfermedad de Alzheimer (EA) existe un trastorno de la memoria asociado a otras perdidas de las capacidades intelectuales (dificultades para expresarse y comunicarse adecuadamente, dificultades para comprender el significado de los objetos o de lo que se ve, desorientación…) que perturbe la organización de la vida diaria e impide llevar una vida familiar y social normal. En este sentido, la EA es una demencia y representa el 60 por ciento de todas las demencias.