Siempre recuerdo a mi amigo Paco. Él era una de las mejores personas del mundo, dispuesto a echar una mano cuando fuera, dispuesto a dejarte dinero (e incluso ni se acordaba), un amigo dispuesto a estar en los malos momentos (que es cuando se ve a los amigos). Ahora bien, siempre tenía una frase en la boca: “llámame para lo que quieras, menos para hacer una mudanza”. Y oye, que con el paso del tiempo he ido viendo que lleva toda la razón.
Y es que si hay algo en esta vida que me da pereza es hacer una mudanza. Yo solo he hecho dos, la primera cuando era un jovencito que apenas tenía que llevar nada, porque era para mudarme para estudiar un año fuera de mi ciudad, y la otra ya fue más gorda. Fue una en la que me cambiaba de ciudad, pero también de trabajo y de todo. Vamos que como los caracoles me llevaba toda una vida a las espaldas. Y la verdad es que lo recuerdo como unos días estresantes, duros, pero que también recordaré toda la vida. Os voy a contar cómo fue.
La verdad es que cambiar de casa siempre suena a renovación. Y en este caso claro que lo fue. Sobre todo cuando comprobé que la vivienda estaba perfecta, salvo un pequeño pero. Un pero que me ocasionó un quebradero de cabeza .
Y es que cambiarse de casa y encontrarse con un baño en mal estado puede ser todo un desafío, pero si tienes paciencia. Porque también puede ser una aventura que te haga desesperar. En mi caso tenía caso que me iba a poner en manos de los mejores y esto lo hice llamando al estudio de diseño de Sebastián Bayona Bayeltecnics.
Un baño de Cuéntame
Pero antes os cuento lo que me encontré en la casa. Pues lo típico, azulejos antiguos y agrietados al más puro estilo de la serie mítica de Cuéntame, solo me faltaba la abuela Herminia. No podían faltar las fugas de agua y una plomería que parece sacada de un museo, pero en este caso de un museo del horror. Sanitarios que daban miedo tocarlos y una iluminación perfecta para rodar una película de terror. Es decir, que el diseñador tenía trabajo. También es cierto que cuando ves estas cosas también se puede ver un desafío y unas ganas tremendas de hacerlo cambiar.
Ahora bien, cuando te pones en manos de profesionales todo es más tranquilo. El diseñador lo ve claro porque es como comenzar en un lienzo en blanco. ¿Qué colores quieres? ¿Algo relajante, moderno o clásico? ¿Ducha amplia o bañera de ensueño? ¿Un espejo con luz LED o un diseño vintage? Preguntas que te dejan mucho más tranquilo, porque sabes que estás en manos de profesionales que saben lo que hacen.
El proceso
Y después de analizar, llega el momento de meterle mano al baño. A medida que avanzas vas viendo que todo va a ir bien, que el horror se puede convertir en amor. El baño empieza a tomar forma. Y concretamente la forma que tú querías. Vas viendo cómo tus elecciones cobran vida y os aseguro que el primer día se me saltaban las lágrimas.
Por suerte no hubo, como lo llamo yo, el factor sorpresa, que es cuando a veces descubres problemas ocultos. Y es que no pueden faltar la humedad en las paredes, las tuberías rotas o estructuras mal hechas que te dejan sin palabras porque el presupuesto se agranda y el tiempo se alarga.
El comprobar que la grifería brilla como una joya, que los azulejos recién instalados hacen que el espacio parezca sacado de una revista pero una revista moderna, no de los años 80, pues oye, todo eso crea una atmosfera perfecta. Incluso si hubo contratiempos, eso ya se olvida.
El momento de la verdad
Y llega el momento de la verdad, el de la felicidad. Eso ocurre cuando finalmente ves acabado el baño. Y te das cuenta de que todo el esfuerzo ha merecido la pena. El baño ha dejado de ser una habitación más de la casa para ser tu lugar favorito, porque el diseñador ha logrado darle el toque que tú querías.
Y después de todo eso, cada recibo a invitados y cada vez que entra y dice «¡qué bonito baño!», pues oye, que no puedo evitar sonreír pensando en el antes y el después. En todo lo que tuve que pasar, pero la cosa mereció la pena.